sábado, 29 de octubre de 2011

Primer susurro

El deseo insatisfecho y la necesidad luchan, desde eterno, contra la Virtud; ganando la mayoría de las veces, los primeros. De esas victorias, el mundo entero tiene muestras evidentes...

Cuando comencé a pensar este espacio, escribí en mi mente cronológicamente. Paso a paso revelar la historia de mi vida y las historias de otros que se entrecruzaron con la mía. Historias contadas por sus protagonistas, por testigos o de otro modo, imaginadas tal y como uno las desearía haber escuchado.

El pasillo balconeaba sobre un patio de damero en amarillo y bordeaux. Una monótona reja cuidaba de la caída y resguardaba las puertas ventanas de los diferentes departamentos. No había lujo, salvo el del silencio.
Colgaba el teléfono con el desgarro en el pecho ya tantas veces sentido. Otra historia que llegaba a su fin, y esa primer acción -cualquiera sea- que se ejecuta con la certeza de que ya no se hace siendo contemporáneo de ese otro, porque ese otro ya entró en el pasado.
El sopor de la tarde caía inclemente y con la elegancia que a veces otorga el dolor, se dejó laxo a sí mismo sobre el diván, tomando aire de a poquito, sin quererlo.

- No fue nadie. No es nada. Yo puedo ser. Acaso no sentiste mis caricias en tus sueños? No escribiste en el aire ya nuestros diálogos? No imaginaste nuestra vida juntos? Puede ser verdad, pero dejame entrar.

- No, ya no creo que eso sea posible.

- Vamos, dejame entrar y recordarás todo, esa ternura tantas veces reclamada, ese amor tan incondicional, esa unión tan querida.

- Para qué pedís que te abra si ya estás en el umbral, de pie sobre la alfombra del hall?

Sintió su mano calida en la espalda, lo presintió con el pecho desnudo. Calmaba la desazón, curaba heridas. Luego un beso en la nuca, otro en el cuello; y por último el abrazo que te acuna, que te hace abandonarte.
Y recordó todo: la sencillez de sus mañanas; las noches de amor y risas, de promesas y susurros; la mirada franca, el corazón puesto en esas manos; los proyectos a largo plazo, como si la vida no fuera vida y la muerte un invento; ese devenir natural, sin tropiezos, con el alma alivianada y la sonrisa en la boca, en los ojos, en los brazos, en los pies. Todo lo que años y años supuso cierto y posible.

Despertó embobado, acalorado, arrugado. Sin sentido se  precipitó a ese pasillo de baldosas bicolores, descalzo.
Estaba él, parado y con la mirada joven gacha; con jean y remera negra, con su calva de honor salvado; y con una maceta de lavandas en las manos.
Sonreímos y así sin palabras, todo ese mundo comenzó.

Con molestia en el ánimo, me desperté exitado. Y estaba acalorado, embobado y arrugado. Lo sentía aún presente, con esos ojos que me miraban y prometían todo lo añorado. Tomé agua, prendí un cigarrillo y salí a caminar por el jardín, y el viento en susurros me trajo otra vez esta historia . Lo busqué con la mirada desacompasada y sólo encontré lavandas.

Cómo luchar con la virtud de aliada contra los sueños? Cómo ganarle la partida al inconciente que nos sumerge en situaciones ya no queridas, que no se buscan, que tampoco se encuentran?  Cómo?